Obras individuales

Cuentos:





DIA DE LA PRIMAVERA

    Ayer fue el día de la primavera. Anteayer, mi viejo vino medio cabrero. No le pagaron una changuita y se la agarró con mi vieja porque no le tenía lista la comida. Le dijo que se la pasaba charlando con esa puta de Clarita en lugar de atender la casa. Clarita es la vecina que vive con el Cholo, un cafishio que mi viejo no traga desde hace mucho tiempo. Creo que fue desde que el Cholo, una vez, le dijo: ¡Yo no soy ningún gil para mantener a ninguna mujer! Mi vieja se defendió contestándole que no había estado con Clarita sino que yo no volví enseguida de la escuela para hacerle los mandados, y los tuvo que hacer ella. Mi viejo me dio una patada y un cachetazo. Enseguida quiso saber por qué no volví rápido de la escuela. Yo le empecé a explicar que había ido a lo del Rulo a ver televisión, pero él me dio otro cachetazo por contestarle. Fui a parar a la cama, sin comer, y en penitencia no iría al picnic del día siguiente.

    Me agarró una bronca bárbara. Para colmo, la película que vimos con el Rulo no era la de cowboy sino una que le gustaba a su vieja, donde un tipo y su mujer quieren tener un hijo y no pueden; al final una madre se los regala, ellos lo crían, le hacen mimos, le compran montones de juguetes, le enseñan a rezar antes de acostarse, y qué sé yo. !Quién va a creer eso!. ¡Ni una piña en toda la película!

    Ayer, el día de la primavera, llovió desde temprano. En la cama, cuando todavía no estaba despierto del todo, me acordé del picnic. Seguro no van a poder hacerlo por la lluvia. Que se embromen. Total yo no voy. Mi vieja me ordenó que no saliera porque estaba en penitencia. Qué me importa, le contesté. Cuando se iba a lo de Clarita volvió a decirme que no me moviera de la casa.

    Subido a una silla me puse a mirar por la ventana. Lloviznaba. Las gotas corrían por el vidrio formando dibujos: víboras, flores, caras arrugadas. Después vi pasar al Cachilo con el Coco. Iban descalzos pisando el barro de la calle. En la zanja jugaron a salpicarse. Seguro que andaban buscando pedacitos de cobre y plomo para vender, y con la plata, irse al cine. Había una hormiga negra en el vidrio. Del lado de afuera. Al tratar de subir entre las gotas, resbalaba, retrocedía, y a empezar de nuevo. Creo que pedía socorro. Abrí la ventana y la hice caer. La aplasté con el dedo. Poco después vi un gorrioncito junto al árbol. Chillaba sin moverse. Era un pichón que se había venido abajo por la tormenta. Salí por la ventana. Acercándome despacio para no asustarlo, lo agarré. Estaba mojado y parecía tener frío. En la cocina me puse a secarlo con un repasador. Se quedó quieto en una mano. Con el dedo le peiné las plumas. Cuando tuvo el cuerpito caliente, mirándolo de cerca, le dije: ¿tu mamá te dejó solo? Está bien. Yo te voy a cuidar. Abriendo bien grande el pico, chillaba. Pensé que estaría hambriento. Con algunos trapos hice un nido, lo dejé ahí, y fui a buscar lombrices al jardín. Estuve un rato largo dando vueltas sin encontrar ninguna. Después me acordé que debajo de la maceta del malvón había siempre una lombriz gorda. Saque la maceta y ahí estaba. En la cocina, la puse en un plato y la hice pedacitos con el cuchillo. Se la llevé al pichón, y fue cuando descubrí que no estaba en el nido. Lo busqué debajo de la mesa y en los rincones. Detrás del aparador, en el piso, vi unas plumitas grises junto al gato. Una rabia como fuego me agarro. Le di una patada que le hice dar una vuelta por el aire. Mirando las plumitas, me senté ahí. No quería llorar. Mi viejo dice siempre que los hombres no lloran. Las lágrimas se escapaban igual.

    Mi vieja entró gritando: Daniel, Daniel, querido, no te muevas de acá, tu padre está preso, lo  vamos a buscar con el Cholo. 

    Pasó más de una hora hasta que aparecieron. Mi viejo tenía lastimado encima de un ojo y un moretón en el otro. ¡Cuando lo agarre solo lo mato!, ¡cuando lo agarre solo lo mato!, repetía. Si no fuera por el Cholo ibas a estar en cana varios días, le dijo a mi vieja. Yo no le pedí nada a ese podrido, ¡ni a vos!, contestó él.

    Más tarde me enteré de todo. Mi viejo le dio la salsa al patrón porque no le quiso pagar la changuita del día anterior. El patrón lo denunció a la policía. La cana lo llevó y le dieron la salsa a él, porque parece que el patrón se puso con unos pesos para el comisario.

    Hasta la tardecita estuve mirando por la ventana. Había parado de llover. Después salió el arco iris. Me acordé de la maestra. Nos dijo una vez: el arco iris es la puerta por donde pasan los chicos buenos que van con Dios. Al rato, mi vieja me llevo de los pelos hasta el jardín. Me hizo ver el malvón comido por las hormigas negras. ¿Vos sacaste la maceta de donde estaba y la pusiste aquí? ¡Contestá! ¡Mirá cómo la dejaron las hormigas! Y me dio la salsa.

    Hoy, en la escuela, los chicos me dijeron que el picnic lo habían hecho igual, en una casa de campo. Callado, escuché todo lo que contaban. En clase, la maestra habló de la primavera. Habló del brote de las flores, de la alegría de los pájaros y de los días hermosos. Después nos hizo hacer una composición para que pusiéramos cómo lo había pasado cada uno el día anterior. Yo puse:


Composición
Día de la primavera

Daniel Sanchez
4º D – Turno tarde.


    El día de la primavera es como cualquier otro día. El sol sale, si quiere, y entonces hace un lindo día. Si no tiene ganas, no sale nada, y entonces llueve como ayer. Forma un barrial enorme, se hace un gran enchastre, y eso es lo que más me gusta. Todo parece más limpio aunque haya más barro. Las hormigas, por la lluvia, salen del hormiguero. Yo mate una con el dedo. Mi mamá dice que hay que matarlas. Las hormigas se vengaron. Le comieron todo el malvón a mi mamá. Ella se desquitó conmigo porque yo había corrido la maceta. Yo la corrí porque buscaba una lombriz para darle de comer a un pichoncito que se había caído del nido y tenía hambre. El mismo hambre del gato que se lo comió cuando fui a buscar la lombriz, y que por eso le di una flor de patada. La misma patada que le dio mi papá a su patrón porque se guardó la plata que le debía y no se la dio. La misma plata que le dio después el patrón al comisario para que lo fajara a mi papá, y aprendiera a no atacar a la gente respetable. Respetable como el cafishio del Cholo que, acomodado con el comisario, lo  sacó a mi viejo de la cárcel para hacerle ver que es un gil, que labura para mantener a una mujer. Mujer que es mi mamá, amiga de Clarita, la puta que trabaja para el Cholo.

   Al final salió el arco iris, que es la manija del mundo, como la manija de una olla, y que está para que algún día Dios agarre del arco iris y nos tire a todos al infierno.  



Cuentos






ELOGIO DE LA BOBA

    Me apodan “la caja boba”; pero no soy boba, y tampoco me considero una caja, como quien dice una caja de zapatos, no. Si bien mi cuerpo semeja a un cubo, valgo por mi belleza interior, ¿viste? Cuando no estoy encendida soy el televisor; es decir, cargo el sexo masculino. Pero activa me convierto en la televisión, más precisamente, en hembra seductora. Sin rubor, te confieso: soy gay. En verdad, todos terminan amándome. También los que me critican, pobres acomplejados, acaban conmigo en una relación satisfactoria. Hechizo a hombres y mujeres por igual. La mayoría abreva en mi fuente mágica. Llevan a sus lechos las ilusiones y fantasías que ofrezco, lleno de sueños sus áridas vigilias, y vuelven a mí como a un oasis real, huyendo de espejismos. Ya ves, no soy boba para mis acólitos, y mucho menos un ser negativo, que es la calificación de algunos culturosos hipócritas.

    Me hallo inserta en un hogar de medio pelo, una familia de cuatro divinos que, por suerte, es ajena al existencialismo. Son hedonistas modernos, que no caen en dudas metafísicas ni en fangales depresivos. Aunque, a  veces, sufren algún resbalón anímico. Claro, no siempre poseen lo que desean. Entonces acuden a mí, que ocupo sus mentes y hago olvidar las carencias. Mi devoción los arroba. Soy una especie de madre que acuna a sus hijos con dulces canciones, donde ellos alucinan otra vida.

    Ahora estoy con el Rolo. Trabaja doce horas en un taller mecánico, y como peón llegó a jefe de familia. A él lo adoro. Es un tosco peludo, de esos que casi no se ven. Nunca le faltan ganas. Aunque a la noche viene muy cansado, igual me enciende. Yo le doy “fulbo”; él dice que es lo menos falso entre tanto macaneo. Amamanto su pasión, no importa de qué partido se trate, sólo quiere desintoxicarse de problemas, y no escuchar las quejas de su esposa, que son un gorgoteo de canilla sin arreglo. Le reprocha a Mirtha su falta de consideración; la tilda de ansiosa e inoportuna –hinchapelotas, en su lenguaje-, pues no espera a que termine conmigo. Ella insiste en darle las novedades del día, impuestos que vencen, artefactos descompuestos, y otras pavadas, en tanto prepara la cena. Dice que después no hay tiempo para hablar sobre esos asuntos, que en la cama él se duerme enseguida, y que ella sola lidia con todo. Entonces me acusa, ¡televisión de mierda!, me insulta a mí, que soy el único refugio de su marido. Y no lo digo por el “fulbo” solamente. También lo hago feliz con otros juegos de mi repertorio: películas de violencia, con sexo y sangre en abundancia, ideal para su reprimida lascivia y su morbo hambriento.

    A Mirtha le sucede lo que a muchas amas de casa. Se ponen loquitas si el esposo mira a otra, buscan minar su tendencia natural, no soportan la idea del hombre aburrido de ellas. En definitiva, no toleran ser segundas o terceras en la posesión del sujeto, aun cuando ya es objeto. Lo digo porque, siendo sincera, para el Rolo estoy antes que su mujer. Sin embargo, Mirtha no se halla al margen de mi exigencia; ella también tiene lo suyo conmigo. En otro horario, claro, y de otra manera. Te cuento: cuando el Rolo duerme la siesta, mantenemos un romance furtivo, un contacto que abrillanta su noche secreta. Ella se me entrega en la telenovela “Corazón ausente”. Lo nuestro resulta más que platónico, como ciertas lesbianas en potencia que, por necesidad de afecto, se atreven a caricias non sanctas. Mirtha está identificada con la protagonista de la pareja central, donde el amor languidece sin motivos perceptibles. El tema ilumina el conflicto de su matrimonio. Ella me agradece al final de cada capítulo pues le sirve de consuelo espiar su drama en otra relación. Después de apagarme, permanece conmigo, fumando un cigarrillo. Revuelve siempre el mismo potaje, su vida junto al Rolo es un desastre, ni siquiera el olor de su piel le atrae como antes, poco y nada queda entre ellos. Tal vez, el amor no es más que un fenómeno temporal. Un remolino de partículas atraídas entre sí por misterioso magnetismo, que pronto empiezan a caer, decantando paulatinamente en un fondo de quietud; y ahí continúan por siempre, desimantadas. Compartimos con ella esa triste metáfora. Yo le susurro al oído: esto es así, no hay vueltas. Mirtha lo entiende. Sin embargo, no se resigna a ese fatalismo. Entonces e dedico mi ser; es decir, otras quimeras, otros sueños. Ella me enciende nuevamente y recupera la sonrisa. Nos mimamos como cervatillas en un bosque fantástico, retozando hasta las cinco de la tarde.

    Hace dieciocho años, estos amorosos tuvieron su único hijo, a quien aún llaman Marquitos. El muchacho configura una síntesis de los disvalores en boga, donde su yo esencial es tan volátil como sus flatulencias. Después de abandonar tres carreras sucesivas, supo que lo de él era la cibernética, y fijó un rumbo en su andar al garete. Resolvió estudiar en serio, pues no quería ser esclavo como su padre; éste laburó, entonces, como un esclavo para solventar su carrera, y comprarle la computadora. Durante el día, Marquitos me traiciona con esa PC (Putita Cerebral), de última degeneración, que la va de mina respetable. Según él, lo lleva de viaje por el mundo, a través de internet, con sólo toquetearla un poco. ¡Bah! Por mucho menos, yo lo paseo por todos los recovecos de la mente humana. Mirá, ¿sabés qué pasa?, ella no pertenece a mi clase social. Es una copetuda infértil, sin imaginación ni creatividad, que hace gala de su memoria; la única ventaja que tiene sobre mí, ¿viste? La turrita lo cautiva galopando en su conciencia, mostrándole facetas de la realidad. ¡La realidad! ¿Acaso él no sabe que en el germen de toda realidad está inscripta su ficción? En la cabeza del péndex bullen signos y vocablos extraños. El filo entre ellos es tan utilitario y frío que da pena verlos; horas y horas sin una palabra cálida, sin una emoción que levite el alma. Pero hay algo más. Algo que debo revelarte. A ella, Marquitos la traiciona. ¿Adivina con quién? Te cuento. Cuando viene del instituto, a medianoche, los padres duermen. Después de cenar, me pone en voz baja, para que ellos no oigan. Yo le doy lo que él quiere: una película porno, con mucha depravación, (¡lo conozco!), con poses y formas que nunca ha experimentado. Pobre, no tiene pareja estable, y anda inestable. Por supuesto, en cada acto descubre pormenores que lo turban, Pero aprende, en esto soy muy didáctica, creeme. Poco a poco lo excito, apago sus chips, vuelve a ser homo erectus, es inevitable, entonces se masturba, lo masturbo, y juntos acabamos en el paroxismo de un goce auténtico.

    Aún no te hablé de la más fiel de la familia. Me la reservé para el final, claro. Se trata de Trinidad, abuela de Marquitos, madre de su madre. Es una viejita octogenaria, que habita el cuartucho del fondo de la casa. Trini resulta mi amante predilecta: sencilla, de buena onda y agradecida. No tiene contrariedades de conducta para conmigo. Tampoco historias, porque sus historias, otrora muy penosas, resultan hoy un revoltijo de secuencias entrecortadas en el baúl de la desmemoria. La nona viene a las cinco de la tarde. Yo la espero ansiosa; es un bálsamo para los magullones que me causan algunos desaires. Puntual, instala su cuerpo magro en el sillón y, mientras engulle maíz pororó, ve todos los dibujitos animados que le ofrezco. Disfruta durante tres horas, entendiendo bien lo que sucede. Lanza chillidos, se impacienta, aplaude, putea a ciertos personajes, larga una que otra carcajada escupiendo maíz, y corre al baño, dejando reguero de orín en su camino. Nuestra relación es gratificante. A Trini la relaja. Olvida sus achaques, pues el dolor no reconoce su cosmos infantil. Por la noche, ella sueña en dibujitos sus viejos conflictos; escenas que, dormida, refleja con una sonrisa desdentada.

  Una vez por semana, el domingo al mediodía, ellos me niegan. En esa oportunidad almuerzan juntos. El Rolo ha impuesto la norma de no tocarme. Sostiene que yo perturbo la conversación y el fluir del afecto. ¡Obvio! Es una postura atinada si hay comunicación válida. Pero, fíjate, observo y escucho a mis devotos en esta doménica, y sólo registro las expresiones de siempre. Los une el amor filial, sin duda; aunque mucho más los une la raviolada. Repiten chistes groseros, interrumpen, discuten, solean sus egoísmos, patinan al ritmo de las codicias, y terminan maltrechos sobre el duro hielo de sus límites. Parecen muñequitos electrónicos con el disco rayado. Voces chirriantes y enfáticas que rebotan en la membrana de los tímpanos. Agotada esa charla babélica, reanudan la farsa de la familia feliz. Disimulan frustraciones y soledades, interpretando los roles del libreto: hay que ser ameno, paciente y cariñoso. Al cabo, cuando el postre ya no halaga el paladar, la palabra vuelve a su hueco. Entonces, atiborrados, la sustituyen por una mueca o cualquier gesto. Al final, cada uno carga su genuino silencio.


   Y es por mi ausencia que notan cuánto me necesitan. Para ellos resulto la vitalidad del espíritu, la vibración del ser que aguarda, la esperanza callada. Naturalmente, están muchas horas conmigo. Pero lo hacen con placer, con el regocijo de quienes veneran a un dios. Porque yo soy como Cronos, el mitológico Dios del Tiempo, el que devora a sus hijos, ¿viste? 




Cuento


  



PLEGARIA

     En aquellos días, Pacho andaba como loco, iba y venía, desesperado, su hijo enfermo, grave, y él prendía la radio, escuchaba chamamé, para no pensar, su mujer gritándole, ¡qué carajo hacé! ¡El Beto se está muriendo!, entonces salió del rancho, y fue a llevar su caballito al monte, al pastoreo, pobre animal, tan esquelético y débil como el Beto, cruzó el basural junto a la villa, preocupado por su hijo, lo había sacado del hospital, creía que se lo estaban matando, ¡no puede llevárselo! ¡tiene leptospirosis! ¡es una enfermedad peligrosa!, y él lo cargó igual, le hicieron firmar un papel, le dieron unas pastillas para el pibe, y se lo llevó, en su carrito cartonero, porque la ambulancia no entraba en Villa La angostita, era peligroso,  ¡la miseria es peligrosa!, contestó él, siete año de piel y huesos el pendejo, desde los cuatro juntando sobras en el basural, qué va a hacer, el hambre no tiene asco, y ahí está ahora, medio moribundo en su colchoncito de yuyos secos, dejó el potrillo en el pastizal del monte, no vaya a ser que también se enferme y él no pueda salir a cartonear, volvió al rancho maldiciendo su vida, pudo ver que el Beto seguía igual, entonces buscó el tetra que tenía escondido, y salió a la noche, se fue tomando unos tragos de tinto, ¡si hay lágrimas que sean negras!, murmuró, la villa dormía, fue hasta el único paraíso que había en la vereda de enfrente, ahí se puso a contemplar el basural iluminado por la luna, tan bello, tan lleno de colores y brillos, y después, en un largo trago, iba a descubrir las estrellas, y buscó alguna señal ahí, en el techo de su intemperie, pero nada llamó su atención, y ya terminando el tetra, empezó a hilvanar aquella rogativa:

     -Mirá, che, Jesú, mírame te digo, ¡y a vo también Virgen madre!, mirá cómo estoy hecho bolsa, no podé hacerme esto, no podé quitarme a mi hijo, eʼ lo único que me queda che, porque lo otro guacho ya se fueron y ni noticia tengo, está bien, eʼ la ley de la vida, lo sé, pero… ¡qué mierda de ley es ésta!, un chico de siete año que no vivió un carajo, ¿pa qué dejaste que naciera?, ¿y pa qué te lo queré yevar?, ¡siete año, loco!, el Beto eʼ un buenazo, me ayuda a cartonear, ¡por favor, curalo!, yo nunca te pedí nada, te pido esto ahora, ¡salvalo, la puta que te parió!

Al pie del paraíso, recostado, con la caja de tetra vacía en una mano, Pacho despertó con un sobresalto. Acababa de tener un sueño espantoso. La Virgen María se le apareció ahí, junto al árbol, mirándolo con desprecio por haber puteado a su hijo, y le respondió: “!Que te recontra!”.

Durante el día siguiente, Beto iba a experimentar cierta mejoría. Al cabo de una semana, era el chico saludable que fue siempre. El médico del hospital no podía creer en esa recuperación, y tampoco en el resultado del análisis.

Pacho divulgó el asunto de la Virgen entre los villeros. Sin estar seguro de que la aparición haya sido un sueño, lo contaba como un suceso real. Le creyeron. Tanto que propuso construir con ellos, en agradecimiento, una ermita (que él llamaba capilla) para la Virgen, ahí, junto al paraíso. La mayoría de los vecinos, entusiasmados, colaboraron con el proyecto.

Con gran esfuerzo y dedicación terminaron la obra. Sobre un pedestal, una pequeña estatua de la Virgen lucía en un hueco cerrado, detrás de un vidrio. Todos los días llegaban creyentes a la ermita. A su pie depositaban las ofrendas y, después de orar unos minutos, le pedían ayuda a la milagrosa “Virgen de la Recontra”.




Aforismos







A quien nunca le crecieron plumas,
juzga extravagantes las alas.
      La actual cultura del envase
aumenta los contenidos descartables. 



El miedo a la soledad 
hace más concesiones que el amor.

Quien no supera la anécdota de su cuerpo,
      cuenta siempre historias sin alma.


No es libre el ave porque vuela; 
vuela porque imagina que es libre. 

Como casi nadie es el que es, 
los pocos que son están solos.



No es lo mismo ser libre
que tener la libertad de ser. 

"La naturaleza es sabia", dijo el árbol con frutos."
"La naturaleza es savia", gimió el árbol seco.




Millones progresan hacia el fascinante crepúsculo;
sólo unos "locos" regresan en pos de otra aurora.